corazon
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Obra

Desde su juventud Claude Monet se obsesionó con pintar al aire libre. Era, a su manera, un científico y un cazador de la luz: la estudiaba y perseguía. Incansablemente Y ese método, el de instalarse en la naturaleza como si esta fuera su estudio, prevaleció durante décadas. Pintar en el exterior no era un capricho o una corazonada, era el corazón mismo del impresionismo.

Luego se instaló en Giverny y compró una casa en esta localidad a las afueras de París, cultivó un jardín, modificó el cauce de un río para acrecentar el estanque y mandó erigir dos puentes de estilo japonés. Y una vez que el jardín estuvo terminado, Monet se encerró para pintarlo. A los ochenta y seis años, Claude volvió a los interiores de un estudio para trabajar. Entonces creó la serie de los Nenúfares, la que está expuesta en L’orangerie, la serie de pinturas curvas, la que abraza a los espectadores y les revela una visión única de la naturaleza, una sin perspectiva y en la que el cielo, el estanque, los árboles y los nenúfares se entrelazan en un mismo plano. Uno se siente calmado y confundido delante de esos lienzos y no le queda más que disfrutarlos, como quien pasea por un jardín.

La obra que aquí se reseña no es alguna de las que se expone en L’orangerie. El cuadro El puente japonés, Monet lo realizó en una etapa previa a la construcción del estudio en Giverny. Al momento de trabajar en este cuadro Monet tuvo que fijar su caballete sobre la tierra, apartarse las moscas que le sobrevolaban y trabajar con el sol como testigo.

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